domingo, 25 de enero de 2009

The Wrestler.


Tenía tiempo que una película no me había dejado esa extraña mezcla de satisfacción y tristeza, que me hiciera permanecer sentado y esperar que terminarán de pasar los créditos para asimilar lo que había visto; de aguantar la emoción y de inmediato contarle a quien sea “hey, acabo de ver una película chingona, poca madre, debes verla”. Y si sueno exagerado por lo que escribo es por dos cosas: la primera, porque soy un fanático de la lucha libre, de la modalidad y nacionalidad que sea, y la segunda, porque la historia de Randy “The Ram” Robinson –interpretado estupendamente por Mickey Rourke- no puede ser tan más humana, que resulta metafórica para contar como nos hemos sentido en alguna parte de nuestra vida.

La sinopsis es esta:

Un luchador veterano, cuyas mejores épocas y glorias fueron veinte años atrás, hoy debe sobrevivir trabajando en pequeñas empresas independientes complementando sus gastos con un trabajo de tiempo parcial en un supermercado. Las condiciones laborales en las que compite son tan ínfimas y acordes al salario que recibe, no así el cariño y respeto que sus colegas y fanáticos le tienen. Afuera del ring, en la calle, en su empleo en la tienda, en el remolque que alquila, es una persona cualquiera cuyos únicos pasatiempos son jugar un viejo Nintendo, ir al table dance para solicitar bailes privados y platicar con su amiga Cassidy –la talentosa y muy bien conservada Marisa Tomei- y ver pasar el tiempo.

Después de una lucha hardcore –donde se permite utilizar utensilios punzocortantes- sufre un paro cardiaco y le es colocado un bypass, seguido con el consejo del médico de dejar de luchar para no morir. Ante esto, decide arreglar la situación con su hija, que tiene varios años sin ver, e intentar iniciar una relación estable con Pam, que no es otra más que la desnudista Cassidy, madre soltera de un hijo de diez años. Pero las buenas intenciones solo quedan así, arruina las cosas con su hija al olvidar cenar con ella apenas en su segundo encuentro, Pam rechaza empezar una relación alegando que no puede salir con los clientes del establecimiento y el trabajo en el supermercado resalta por su monotonía y la rutina de ceder a los caprichos de los consumidores. A partir de ahora solo será Randy. “The Ram” será sólo un recuerdo en algunos aficionados que se sorprenderían de saber que se trata del dependiente que corta la carne detrás de un mostrador.

Pero la espina sigue clavada, extraña la lucha libre y se da cuenta que lo único que tiene por vivir es eso: seguir siendo luchador, sin importar que el precio sea su vida, lo único que hay que hacer es mandar todo al diablo. Sólo una lucha, la más grande, con el mejor rival, sin acompañantes en su esquina, sólo, como en su vida, diciéndole al despedirse a la persona que pudo haberlo amado “el único lugar dónde puedo salir herido es afuera”.

Extraordinaria historia, bien contada, los juegos con la cámara nos hacen sentir parte de la dinámica y el tedio de Randy.

Quizás a alguien no aficionado a la lucha libre que la vea pueda escuchársele algún comentario en tono escéptico del tipo "eso demuestra que la lucha libre no es real y de antemano los luchadores se ponen de acuerdo para su rutina", sí, la película lo menciona, pero más hincapié hace en el desgaste físico irreversible que padecen en aras de dar un buen espectáculo para entretener a un público cada vez más exigente, que pide más contacto, más emociones, más violencia, más modos para desahogarse y aliviar un momento la tensión. Soportar golpes y caídas todos los días tiene un precio, uno que se paga pasados los años, en la intimidad y la soledad, que no alcanza a saldarse a pesar del cariño y reverencia que los fanáticos le guardemos a estos profesionales.

Desconozco si el director Darren Aronofsky, el mismo de Requiem por un sueño, Pi y La fuente de la vida, y el guionista Robert D. Siegel, que acaba de estrenar en Sundance su primera película dirigida llamada “Big Fan”, sean aficionados a la lucha o no, pero de que demostraron mucho respeto para retratar la problemática de sus exponentes no queda ninguna duda.

¿Y la música? Heavy metal ochentero y pesado, acompañado de una canción con una letra estupenda compuesta e interpretada especialmente para la película por Bruce Springsteen.

Sólo un pequeño detalle: la película llegará a los cines mexicanos hasta fines de febrero, así que para verla sólo hay dos opciones: bajarla de internet o conseguirla en el puesto pirata más cercano.

1 comentario:

June dijo...

jajaja, si, se nota que no te gusta....