domingo, 10 de enero de 2010

¿Por qué chingaos escribo?

(Este texto fue publicado originalmente en el blog de los alumnos de la escuela de SOGEM en Puebla el lunes 28 de septiembre de 2009, http://escritoressogempuebla.blogspot.com/).
La verdad es que el hábito de la lectura es de familia, mis papás leen y mucho, por eso desde niños mis hermanas y yo hemos estado habituados a tener libros, comprar revistas y periódicos casi todos los días.

Tuve infinidad de libros infantiles, mis papás me los regalaban constantemente. Tenía libros de recortar, de iluminar, de acertijos, de cuentos ilustrados y de tremendas “letrotas”, historias meramente infantiles, de aventuras y novelitas cortas muy entretenidas. ¿De los que más me acuerdo? “El Principito”, todavía conservo ese tomo que pasó de mi hermana a mí, luego a mi otra hermana a la que luego se lo arrebaté nomás para conservarlo. Los libros que edita el Fondo de Cultura Económica también son muy buenos, por favor cómprenlos.

Deben saber que soy disléxico, depresivo y con tendencia a la violencia, desde niño he sido cliente constante de terapeutas, psicólogos y psiquiatras, he sido y soy chico Prozac, así que una de las recomendaciones constantes de todos ellos ha sido hacer labores creativas para ocupar mi cerebrito pues.

Para mejorar mi dicción, mi papá me hacía leer en voz alta el periódico los fines de semana, no sé si hayan notado que también tengo un problema de dicción, si no, ya lo saben.

Mi papá es de contrastes, así como nos obligaba a leer también nos llevaba a los partidos de futbol, al beisbol y a ver el box por la televisión, el y yo somos capaces de hablar de un libro en los descansos entre rounds.

Mi mamá es más tranquila y analítica, con ella es más fácil platicar porque por lo menos escucha.

¿Saben que me gustaba mucho leer cuando era niño? A “Boogie El Aceitoso”, su tira cómica salía en la última hoja de la revista Proceso allá por los ochentas. Otra de mis favoritas era Mafalda y Garfield, eran unos libritos rectangulares que mis papás nos compraban en Librerías de Cristal, esos los compartía con mi hermana. Y como fomento a la diversidad, cada semana compraba revistas de Lucha Libre.

De adolescente me daba flojera leer, me sentía forzado a hacerlo, en parte porque mi papá me obligó a leer “La Sombra del Caudillo” de Martín Luis Guzmán a los 12 años, ¡imagínense!, aparte de que en esa etapa pues la verdad prefieres pasar tiempo con tus amigos y hacer todo lo posible por sentirte integrado, y leer no era algo muy popular que digamos, ahora no te ven mal por leer Harry Potter o Crepúsculo, pero en fin, esa es otra historia.

Desde niño hay una canción que me gusta mucho, “Sueño con serpientes” de Silvio Rodríguez, empieza con la cita de Bertolt Brecht sobre los imprescindibles, ¿saben cuál?, bueno, el punto es que a partir de eso supe que había poesía más allá de la que venía en “El tesoro del declamador universal”.

Pero la verdad, el libro que más me impactó que leí en esa época fue “El Lobo Estepario”, lo leí a los 15 años y la verdad no entendí nada, como sea, eso me dio pauta para la curiosidad. El ejemplar que tengo de ese libro es el mismo que mi papá leyó cuando estaba en la universidad, dice que fue su primer libro ajeno a los de la escuela.

¿Saben a quién leíamos mucho también cuando éramos niños mi hermana y yo? A Elena Poniatowska, prácticamente le arrebatábamos los libros a mi mamá recién terminaba de leerlos.

También de niño leí a Juan Rulfo, y todavía sigo impactado de haber conocido Comala, como dijo el buen Memo Vega: “no mames, todos están muertos”.

Y Rius, todo Rius.

¿Escribir? Pues no mucho, apenas lo estoy tomando como hábito.

Dicen que de niño escribía unas composiciones bien chingonas, casi como si fueran ensayos, pero ya saben cómo son las mamás, y más la mía.

Sufrí tres injusticias en los tres niveles de educación básica, en la primaria me rechazaron un poema porque dijeron que no creían que yo lo hubiera escrito, en la secundaria igual y en el bachiller decían mis compañeros que fue una injusticia que no ganará el concurso de calaveras literarias, y la verdad es que no le caía nada bien a la maestra que organizó el concurso, aun así, la directora me pidió que pasara al frente el día de la premiación, ya en corto me dijo que también consideraba injusto el que no hubiera quedado en los tres primeros lugares.

Y dejé de escribir porque no le veía sentido, no le veía ninguna gracia.

Terminando la universidad fue cuando decidí tomar un curso en Casa del Escritor, se llamó “Literatura y Decadencia”, con Andreas Kurtz, pero no escribí nada porque no supe que escribir, lo bueno es que leí de a madres, un chingo de decadentistas, modernistas, naturalistas y sepa la madre que istas más. La verdad estuvo chingón el curso.

Luego tomé uno de ensayo, otro de cuento, pero nunca los terminé.

Y fue hasta este año 2009, que entré a SOGEM y comencé a escribir más en forma.

Si no escribiera, a algunos de ustedes ya los hubiera encontrado en algún bar, nomás que con los hombres ya me hubiera agarrado a chingadazos y las mujeres ya me hubieran mentado la madre. Leve diferencia.

jueves, 7 de enero de 2010

De lo que me propuse hacer y cumplí o no cumplí en el 2009

A fines de 2008 hice mi lista de buenos propósitos para el 2009, en ella dejé de lado los enunciados rutinarios del tipo “ahorrar dinero” (ahorre poco, pero me sirvió para pagar algunas tarjetas de crédito), “pagar deudas económicas” (ya mero termino), “no despilfarrar dinero” (sin comentarios, de vez en cuando hay placeres irremediables, pero fueron más prudentes, afortunadamente), “bajar de peso” (porque subo y bajo kilos peor que Bolsa de Valores, con la diferencia que en el 2010 si debo hacerlo), “hacer ejercicio” (porque forzosamente debo hacerlo para eliminar el dolor de mi espalda) y demás linduras por el estilo. Por cierto, nuevamente me recomiendan que deje la Coca Cola, el café y los chocolates, pero simplemente esos ya son vicios. Ni modo.

Esta fue mi lista del 2009, en negritas resalto que tal me fue con cada propósito:

1. Ser más tolerante con mis hermanas que cuando llegué a viejo no tendré a quien recurrir cuando necesite un riñón, un hígado o sangre de mi tipo. Mis sobrinos me quieren mucho, con eso me conformo.
2. Leer un libro al mes, completo, uno a la vez, nada de dejar varios con separadores y anotaciones que quedan pendientes y amontonándose en todos lados. Tuve que hacerlo, el diplomado de SOGEM así lo exige, y no nada más uno, a veces eran hasta cuatro libros al mismo tiempo.
3. Buscar a los viejos amigos y recordarles que sigo vivo. Cumplido, en la mayoría de los casos los resultados fueron favorables, en los que no, ni modo, tengo el 2010.
4. Escribir más seguido en el blog. Cuatro blogs, uno propio y tres como invitado, aparte de los enviciantes facebook y twitter.
5. De vez en cuando ir al cine, no importa si sólo ó acompañado. Fui poco, lástima, pero me divertí sobremanera cuando lo hice.
6. Practicar y practicar la fotografía y el retoque digital. Muy poco, la escritura ganó paso este año.
7. Aprender a bailar, eso sí que es difícil, bueno, al menos la vergüenza ya la perdí. Sigo bailando mal, pero ya sin tanta vergüenza.
8. Golpear solamente el costal de box, nada más. No pude, no pude y creo que no podré. ¡Es que hay cada persona!
9. Recordar que los intelectuales son personas y no aventarles café hirviendo en la cara para acelerar su proceso creativo ni tampoco golpearles la cabeza tan fuerte, nomás levecito. Por lo menos ya no les aviento el café.
10. Aprender a hacer animación digital. Intenté, me salieron algunas cosas pero no lo he retomado.
11. Tomar algún curso en la Casa del Escritor o la SOGEM. Diplomado de Creación Literaria de la SOGEM en Puebla, no tenía idea en lo que me había metido.
12. Procurar ir a una que otra exposición artística o al teatro (verificar disponibilidad económica para esto último). Si fui, no con la frecuencia que me hubiera gustado, pero en fin, por algo se empieza.
13. No golpear en el hombro ni la espalda a las personas después de saludarlos con la mano, que no todos resisten igual que los albañiles y los policías. No pude, estoy entre varios mundos, los albañiles y los policías son dos de ellos.
14. Actualizar más seguido el playlist del i-pod, que la computadora no tiene sólo 100 canciones. Lo hice, pero también me di cuenta que mis canciones favoritas no exceden la centena.
15. Hacer un esfuerzo económico e ir de vez en cuando a una función de lucha libre. Hecho, no como hubiera querido. ¡Conocí al Undertaker y a Rey Mysterio!
16. Comprar más películas piratas de cine mexicano, pero de videohomes y setenteras-ochenteras de ficheras, cabrito western y demás de ese tipo. Cine cabrón, pero cabrón en serio. Cada vez crece más y más mi colección.
17. Leer un poco más la Biblia (es en serio). Leve, despacito.
18. Hacer maquetas y demás modelos a escala, si no puedo gobernar una ciudad, al menos me crearé una. No importa que tan pequeña sea. No lo cumplí, me quede en los puros bocetos.
19. Terminar el montón de bocetos para pinturas, dibujos y demás proyectos que tengo arrumbados, poco a poco. Sigo teniendo pendientes, algunos desde el 2005.
20. Ser un poco más paciente y tolerante. No pude, ¡hay cada persona que desearías le pusieran un bozal en la boca!

miércoles, 6 de enero de 2010

Muchos cigarros, poco refresco y más alcohol

Dos sujetos entran a la cantina. El primero es un anciano, delgado, cubierto con un gran abrigo color negro, un sombrero tipo bombín le queda grande y le tapa la cara, lleva lentes oscuros. Le sigue un joven robusto, casi de la misma estatura, también va vestido de negro, lleva un traje con un saco de terciopelo, lentes con un grueso armazón de pasta y cabello casi a rape. Entran apurados, intentando pasar desapercibidos. Ocupan la primera mesa pegada a la salida, el viejo queda de espaldas a la pared, escondido, el joven queda frente a él, atento a la puerta, vigilando. El lugar es pequeño, siguen acomodando las sillas, apenas han terminado de lavar el piso con detergente y amoniaco, el olor es penetrante. Es el cantinero quien los atiende.

—¿Qué van a tomar los caballeros?

—Maestro, ¿qué le apetece?

—Yo nomás quiero una Coca Cola fría, mejor helada. ¿Se puede fumar acá?

—No, discúlpeme, está prohibido.

El joven saca su cartera, deja los billetes en su lugar y vacía el tarjetero. Toma dos credenciales, una se la muestra discretamente al cantinero a la vez que le guiña el ojo, por respuesta recibe una sonrisa cómplice.

—Bueno, nomás tengan cuidado, procuren no excederse en el humo.

—No se preocupe, el señor es el único que fuma.

El viejo abre la cajetilla, toma su encendedor y prende el cigarro.

—¿Entonces nada más traigo la coca fría?

—No, no, a mí tráigame un whiskey doble, sólo, sin hielo, etiqueta negra por favor.

Una gran fumarola sale de los labios del señor, es tan grande que distrae al joven y no ve cuando el cantinero se aleja.

—Esa cosa que pediste es muy fuerte, te va a embrutecer.

—¿Perdón? ¿Qué dijo?

—Nada, olvídalo, ya para qué.

—Aquí tienen señores, están servidos.

—¿Y el cenicero?

El cantinero saca de la bolsa izquierda de su mandil uno de vidrio que pone sobre la mesa.

—Gracias.

Ambos beben, el vaso de Coca Cola está casi lleno, el de whiskey va a la mitad.

—¿En serio no gusta otra cosa? ¿Un tequilita, una cervecita, una cuba?

—No, no, no. Créeme que así estoy muy bien —lanza otra fumarola y suspira—. Ya es suficiente con el fastidio del vino que se sirve en esas recepciones —de nuevo suspira—. Oye, te agradezco mucho esta escapada, el evento en la Universidad me dejó fastidiado, siempre me hacen las mismas preguntas y siempre doy las mismas respuestas. ¡Carajo! ¡Si nomás son unos libros! ¡No hay más!

—Maestro, entienda su condición de ícono de la literatura, es innegable que usted es un ídolo —vacía de un sorbo su whiskey—. ¡No todos los días viene gente como usted a esta ciudad! ¡Cantinero! ¡Sírvame otro igual!

—¿Tu también escribes?

—Este, pues sí, eso intento —contesta apenado el joven—. Ando empezando, pero pues, nomás no puedo publicar nada.

Por primera vez el viejo sonríe, le da otro sorbo a su refresco.
—¿Qué edad tienes?

—Veintinueve Maestro.

—¿Y de qué te preocupas? —se ríe—. Aflígete si en dos años sigues igual, por lo mientras, te recomiendo que no dejes tu trabajo, es más, nunca lo hagas —suelta una carcajada—. Tu síguele escribiendo —enciende otro cigarro—. ¿Y quién es tu escritor favorito?

—Pues Usted —responde apenado.

—¡Ay no me chingues cabrón! ¿Tú también vas a empezar?

—No, no, Maestro, no se moleste, no es mi intención incomodarlo, créame. Por eso lo saqué por la puerta del tercer patio, lo vi cansado.

—¿Y qué? ¿Quieres que te firme un libro, una servilleta o qué chingaos?

El cantinero llega con otro vaso de whiskey, el escritor consagrado prende un cigarro más y el aspirante revisa sus dos celulares y el radioteléfono.

—¡Tranquilo! No quiero que me firme nada. Nomás brindemos. ¡Salud!

—¡Perfecto! Hasta que encuentro a alguien en este día que no me llega apuntando con un lapicero. ¡Salud!

El silencio es tan breve que no da tiempo de recordar cuentos.
—Bueno, ¡ya! ¿Cuál es el próximo evento?

—La recepción en casa del Gobernador y en la noche una cena de gala en el Palacio Municipal.
—¡Válgame Dios!

Suena un radioteléfono, contesta el joven.

—Sí, estoy con él. Todo bien, todo bien. No Jefe, entiendo que debí avisarle. Sí, sé las consecuencias. Ya entendí. Mire, estamos aquí sobre la cuatro sur, casi esquina con la once. ¡Ándele! Sí, cerca de la mueblería. ¿Qué tiene de malo? El estuvo de acuerdo en venir aquí. Perdón, créame que no le alcé la voz. Está bien, aquí esperamos.

—¿Qué pasó? ¿Ya nos vamos?

—Nomás se va usted, yo no puedo acompañarlos, los del gobierno estatal tienen otro dispositivo de seguridad. Hasta aquí llego —de un solo trago bebe todo el whiskey del vaso, a la vez que suena insistente un claxon—. ¡Ya llegaron! Vamos, lo están esperando —el joven deja dos billetes en la mesa y se despide del cantinero alzando la mano —. Fue un placer conocerlo.

—Ten tu sombrero y tus lentes, muchas gracias.

El custodio aspirante a escritor no deja que se los quite.

—No, se los regalo, tengo la leve sospecha que le harán falta. Cuídese.

La Suburban negra arranca, los vidrios polarizados no dejan ver al joven cuando el escritor voltea y se despide sonriendo. En la mesa queda una cajetilla roja semivacía de Pall Mall.