domingo, 25 de octubre de 2009

Monólogo del burócrata

Llego temprano a la oficina para desayunar,
cargo las discusiones de casa,
las frustraciones de pareja
y los reclamos de los hijos.

Los cuerpos enseñan el sedentarismo de los años
y las caras rojas la acumulación de resacas.
Todo se paga en abonos,
igual a como se vive: siempre debiendo.

Fragmento de vida de ocho a cuatro,
la jornada comienza y termina platicando:
la telenovela del día anterior,
el partido de la selección
y el último reality show.
El radio a todo volumen:
el noticiero de López Díaz,
un radioescucha que reporta un accidente,
sigue la música de la Nueva Amor
y termina la hora de Luis Miguel.

Cosméticos exagerados y peinados en aerosol,
los aromas son de catálogo, son sobre pedido,
las camisas de algodón van en pantalones de casimir.

La comida está guardada en los cajones,
entre oficios y memorándums,
junto al té de la mañana y el refresco del mediodía.

Los escritorios hacinados, la gente dispersa,
los chismes de pasillo que son mentiras en el despacho.
Todo es estable por ser cíclico, como el pago de la tanda.

Y la gente pregunta por los trámites pasados,
sin saber que ya debe preguntar por los futuros.
Por eso la planta del librero se riega todos los días
para no marchitarse por los reclamos.

Los montones de papel se mutan en montañas
cuyo sol es la luz de un foco cansado.

Y pasan las miradas furtivas de quienes simulan una aventura.

Somos borrachos y abstemios,
muy discretos y muy exagerados,
solitarios nocturnos y promiscuos en sueños,
desesperanzados y optimistas,
resignados y convencidos.

Se terminó el café,
la fotocopiadora no funciona,
cierro el messenger y me despido,
apago la computadora.
Son las cuatro de la tarde
salgamos de prisa,
no miro atrás,
mañana estaré de vuelta.

No hay comentarios: